Venezuela está tan sobre cargada de problemas que cuesta
escoger un tema para la obligada escritura. Son demasiados. Todos importantes y
en pleno desarrollo. La histérica arremetida contra la libertad de expresión,
las medidas represivas en contra de los 22 representantes de El Nacional, La Patilla y Tal Cual, los
excesos extrajudiciales en contra de calificados presos políticos, el
nerviosismo de Cabello ante la profundidad y cantidad de investigaciones serias
existentes en su contra, el desconcierto de Maduro al no saber si eso es bueno
o malo para él; poner a la
Asamblea Nacional , al poder judicial, a eso que llaman el
“poder moral” y a la dirigencia del partido oficialista a recoger firmas de
“solidaridad” con el internacionalmente acusado, son apenas realidades que
exhiben a la dictadura de cuerpo entero.
Podríamos continuar hablando de los problemas concretos del
ciudadano común, pero siento que es innecesario. La gente los conoce mejor que
nosotros. Los vive a diario. Sufre lo indecible hasta para mantenerse con vida
y más o menos saludable. Llegamos al final de una tragicomedia en la que los
demócratas estamos retados. Peleamos o nos rendimos. Diseñamos estrategias para
convivir con la dictadura o nos unificamos con el objetivo superior de cambiar
al régimen en el menor tiempo posible utilizando todos los recursos que ponen a
nuestra disposición tanto la
Constitución y el Derecho Positivo, como el Derecho Natural.
La rebelión, el desacato, el desconocimiento a la autoridad ilegítima y otros,
están claramente establecidos como derechos ciudadanos.
Voceros calificados de la opinión pública internacional se
suman a la denuncia concreta contra el régimen. Las declaraciones trascienden
el desastre económico y financiero. Los pronósticos son terribles. Las
soluciones no se ven por ninguna parte. A eso se agrega lo político, lo de los
presos y la represión. Por supuesto, también todo lo referido a la presencia
del narcotráfico, del lavado de dinero y las vinculaciones con gobiernos y
organizaciones terroristas del mundo. Para muchos, Venezuela es hoy un centro
global de estas actividades.
Estamos frente a una dictadura del siglo XXI. La libertad
desaparece cuando está condicionada por la voluntad de quienes dirigen los
poderes del Estado. El problema de la Venezuela actual no es la violación sistemática
al Estado de Derecho sino su inexistencia. Es la hora de ejercitar la razón
frente a la realidad. Debemos recordar a la dirigencia opositora que lo primero
es entender, pero una vez que se ha entendido hay que actuar. Ya basta de
manosear, a veces torpemente, la realidad sin ánimo de cambio definitivo.
Muchas veces aunque se hable de política, no se está haciendo política. Podemos
triunfar, siempre y cuando…!
EL NACIONAL
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