Venezuela
esta siendo destruida por la venalidad y la mediocridad del régimen iniciado
por Hugo Chávez hace dieciséis años, hoy en manos de Nicolás Maduro, y también
de una parte no poco importante del liderazgo nacional incluida cierta
oposición oportunista y exageradamente calculadora.
En
el alto gobierno y su entorno temen profundamente al juicio que necesariamente
vendrá sobre esta izquierda estéril e inmoral, protagonista del más terrible
fracaso de que tenga memoria el continente americano. Estos señores
empantanaron toda la vida pública, embaucaron a los más pobres y tiene a la
nación en hilachas indignadas, pero a la deriva. De las cosas más graves del
balance es que lograron desprestigiar a la izquierda decente y democrática del
vecindario.
Todos
nuestros males están sobre diagnosticados. En Venezuela todo el mundo los
conoce, los padece y maldice la hora en que la banda gobernante llegó al poder.
Cuesta más que esa misma gente entienda las causas que facilitaron el fenómeno.
Por eso nuestro fatigoso empeño en tratar de proyectar ante el mundo nuestra
experiencia. Los sectores democráticos tradicionales se fueron agotando de
manera progresiva sin asumir lo cambios que los tiempos estaban reclamando. Los
partidos, cerrados sobre sí mismos, fueron dejando de ser las indispensables
organizaciones intermedias entre el estado y la sociedad para convertirse en
instrumentos personales de quienes los dirigían. Los empresarios, para evitarse
complicaciones, se retiraron progresivamente de las responsabilidad de dirigir
los gremios que los agrupan por lo que perdieron representatividad y poder
efectivo ante el régimen. Pensaron que de esta manera ponían a salvo sus
intereses económicos. Grave error frente a un gobierno que desarrolló una
política de control total del poder económico, incluso al precio de destruir al
aparato productivo privado, pensando que el poder político caería sin demasiado
esfuerzo. Los resultados están a la vista. Lo lamentable es que algunos políticos
y empresarios se plieguen a la retórica populista de un socialismo trasnochado
para no aparecer como neoliberales o agentes del capitalismo.
En
estas condiciones se abrieron todos los espacios para la penetración de los
tentáculos del crimen organizado, esos que le sirven de instrumento al
narcotráfico, al terrorismo, al lavado de dinero y a la militarización de la
vida civil.
Hoy
estamos frente a una dictadura del siglo XXI. El régimen apela a la represión,
a la violencia física e institucional para liquidar toda oposición. La libertad
desaparece cuando está condicionada por la voluntad del poder del estado. El
problema no es la violación al estado de Derecho sino su inexistencia. En esta
lucha somos clientes a la cárcel, ya tengo experiencia en eso, al exilio o al
cementerio. La obligación es luchar a cualquier costo.
EXPRESO, Lima
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