El proceso culminado el pasado viernes con la
reelección de Joseph Blater por cuarta vez como presidente de la FIFA, sembró honda
preocupación en el mundo entero. Salieron a la luz pública secretos, muchos de
ellos guardados a voces, sobre las desviaciones y corruptelas en el futbol
internacional. Latinoamérica ocupa espacio protagónico junto a áreas
específicas de otros continentes.
Paralelamente las
investigaciones anunciadas desde Estados Unidos y Suiza, órdenes de detención
incluidas, por graves hechos de corrupción y lavado de dinero, son las más
serias manifestaciones de la magnitud del problema. Junto al drama del
terrorismo, la corrupción pasa a ser co-protagonista de las peligrosas
deformaciones que observamos en el orden internacional.
Ninguno de nuestros países
escapa al problema de la corrupción. Aunque los escándalos se vinculan por lo
general a gobiernos y funcionarios públicos, en los sectores no oficiales, es
decir, privados también existe en creciente grado de expansión. Se trata de una
ecuación donde participan con igual responsabilidad corrompidos y corruptores,
en casi todas las actividades existentes.
Vale la pena señalar que los
funcionarios públicos indolentes, ineficientes, incumplidores de sus tareas o
prepotentes en el trato a terceros, también incurren en corrupción. Trasciende
el hecho de robarse un dinero o recibir una comisión para cumplir trámites en
el marco de sus deberes específicos. Todos son financiados con dineros de la nación,
despilfarrados por la negligencia e irresponsabilidad de muchos funcionarios
públicos.
Sin queremos mantener y elevar
la confianza, la credibilidad de la gente en sus gobiernos e instituciones del
Estado, hay que luchar a fondo en contra de la corrupción en todas sus
manifestaciones. Lo primero es crear conciencia del problema. Hacerlo entender.
Pero una vez entendido, actuar con radicalismo y sin contemplaciones hasta
erradicarlo. No importa el porcentaje del éxito que podamos lograr. Actuando
siempre avanzaremos en la creación de una cultura adecuada a las exigencias de
la ética, de la honradez integral necesaria para adecentar tanto la política
como el ejercicio de la función pública.
Así como hay gente que se
opone a las tiranías y a las guerras sin hacer nada para evitarlas, también
sucede lo mismo con la corrupción. Tiene que haber relación entre el objetivo y
las acciones para alcanzarlo. Estamos hartos de retórica inútil. Muchas veces
esconde complicidades para avanzar impunemente en el camino del enriquecimiento
ilícito. Es tiempo de ir a la raíz del problema. Se trata de un drama
existencial para nuestros países.
oalvarezpaz@gmail.com Sábado, 30 de mayo
de 2015
EXPRESO, Lima
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