La generación de 1958, a la cual pertenezco, es la gran
deudora de la nación venezolana. Cierto que siendo muy jóvenes tuvimos que
enfrentar la dictadura de Pérez Jiménez. Cada uno lo hizo a su manera y dentro
de las circunstancias de la época. Nosotros desde los liceos, colegios privados
de educación media y, por supuesto, teniendo a la casi que clandestina
dirigencia universitaria como guía. Alcanzado el objetivo el país nos dio todo
para crecer y desarrollarnos. A casi ninguno le falto acceso a la educación,
alimentación, cariño y estimulo familiar y un mundo infinito de oportunidades.
Al graduarnos teníamos el trabajo garantizado junto a la posibilidad de
casarnos y formar una familia con techo y vehículos propios. Era impensable no
poder hacer realidad estos sueños.
El desarrollo social que se iniciaba con la naciente
democracia era más acelerado y profundo que el mismo desarrollo económico. Las
metas estaban formuladas de manera diferente. Los sacrificios y privaciones de
nuestros padres daban frutos. Ellos se privaron de muchas cosas para que
nosotros pudiéramos ser lo que hemos sido.
Lastimosamente debo decir que las nuevas generaciones son las
grandes acreedoras de la historia. Deudas muy grandes se han venido acumulando
y ni la nación, ni nuestra propia generación ya envejecida, ha sabido cancelar
esas obligaciones. Estos muchachos de ahora no tienen las mismas oportunidades
que nosotros tuvimos. No las tendrán si las cosas siguen como están. Estamos
retados por la historia para revertir hacia lo positivo las negativas
tendencias del presente.
Reflexionando sobre esta realidad en búsqueda de respuestas
concretas, encontré unas notas tomadas de Ed Feulner, que sintetizan estas y
otras inquietudes existenciales. ¿Podremos nosotros crear un gobierno nacional
pequeño y fuerte, menos intervencionista, que nos proteja de los peligros
internos y externos que amenazan nuestras libertades civiles y promueva el rol
de las leyes estimulando el mercado libre para prosperar? La respuesta es SI,
pero no sucederá a menos que trabajemos para lograrlo. Obligante asumir el reto
que impone la necesidad de un cambio radical y profundo, de forma y fondo, en
la conducción de la República. No será por obra y gracia del Espíritu Santo. La
voluntad de Dios se cumple en la tierra a través de los seres humanos. Estamos
hechos “a su imagen y semejanza”.
Vamos aceleradamente hacia el desenlace de una terrible y
definitiva confrontación con el régimen. No debemos lamentar lo que es
inevitable. Tampoco desviar la responsabilidad hacia sectores políticos,
económicos, sociales o militares. Es de todos. Especialmente de quienes
habiendo recibido tanto hemos dado tan poco.
@osalpaz
Sábado, 22 de agosto de 2015
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