Los venezolanos no podemos dar lecciones de democracia ni de
dictadura a pueblo alguno de Latinoamérica. Todos han pasado alternativamente
de un tipo de régimen a otro y viceversa. Sin embargo, la situación que se vive
es extraordinariamente complicada. De la democracia pasamos a la dictadura
mediante un golpe de estado de ejecución progresiva. La desnaturalización de
las instituciones existentes, la violación sistemática del estado de derecho con
el desconocimiento de los principios básicos establecidos en la Constitución,
la destrucción del aparato productivo privado y el desmoronamiento de las
empresas del sector público gracias a la
ineficacia y la corrupción, todo ello y
mucho más, han convertido la vida del ciudadano común en una verdadera
tragedia.
Se trata de la dictadura del siglo XXI. Increíble pero
cierto. En un país militarizado se registra el más alto grado de inseguridad
del continente y de buena parte del mundo. Las ciudades lucen desiertas desde
tempranas horas de la noche por lo que asaltos, ejecuciones y cobro de vacunas
se hacen también a plena luz del día. Aparecen insólitas confrontaciones entre
las distintas policías e incluso, entre las distintas ramas de las fuerzas armadas.
La gente no distingue bien entre los bandidos y los supuestos representantes
del orden que deberían garantizar la seguridad de las personas y de los bienes.
Crece la tendencia generalizada a que cada quien defienda lo suyo como pueda,
especialmente a la familia, el hogar y su fuente de ingreso. Caminamos
aceleradamente hacia un conflicto terrible, pero con una seria incertidumbre
con relación al desenlace.
Pudiera emborronar muchas cuartillas profundizando una
situación mil veces diagnosticada, pero es innecesario. Lo cierto es que menos
de un 20% de la población aprueba al régimen, cerca del 85% desea la renuncia,
destitución o, por cualquier vía, el fin del gobierno presidido por Nicolás
Maduro. Pone sus esperanzas en las elecciones parlamentarias a celebrarse el
próximo 6 de diciembre. No hay manera legítima de que el gobierno las pueda
ganar con el evidente rechazo general existente. Pero ganar la Asamblea
Nacional y devolverle sus facultades confiscadas de legislación y control de la
administración pública, no basta. Es un primer paso, muy importante cierto,
pero no suficiente. Se profundizará el enfrentamiento entre los restos de la
dictadura y los sectores democráticos para alcanzar el cambio definitivo. El
gobierno tiene la fuerza física y una mentalidad ideologizada hacia el
socialismo comunista que el pueblo rechaza. Los demócratas tienen,
fundamentalmente, la razón, la palabra y el coraje para estar a la altura.
No habrá observadores electorales internacionales. Los únicos
invitados oficiales son los cómplices de Unasur y el Alba. Ni la OEA, la ONU o
la UE, podrán estar presentes en la elección y avalar o condenar el proceso.
¿Qué tal?
@osalpaz
Sábado, 10 de octubre de 2015
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