RECONOCIMIENTOS OBLIGANTES
Oswaldo Álvarez Paz
EL NACIONAL
Como el cumplimiento de una grata obligación personal, debo
agradecer el artículo escrito por Elías Pino Iturrieta en su columna semanal de
este diario. Hace una acertada síntesis de la situación judicial que estoy
sufriendo desde hace casi seis años. Los cumpliré en marzo próximo. Desde
entonces y luego de sufrir una relativamente corta prisión en El Helicoide,
tengo prohibición de salida del país, sin autorización del Tribunal. La sentencia
definitiva fue de dos años, pero ya perdí la memoria del tiempo. No me gusta
echármela de mártir, ni exagerar políticamente mi caso. Hay muchos otros en
situación peor. Mi solidaridad esencial es con ellos y sus familias. Gracias
Elías, provocaste un renacimiento de solidaridad en mucha gente que, en el
fondo, me hacía falta.
Ahora bien, lo insólito es la actuación del Juez 12 de
Ejecución, doctor Régulo Aponte Madrid, quien desde hace varios años tiene en
sus manos la obligación de cumplir la sentencia dictada por otro de estos
jueces de ahora, Alberto Rossi Palencia, Juez 21 de Juicio. No hay forma de que
el mencionado Juez de Ejecución declare la declinación de la pena. Es decir, su
cumplimiento y en consecuencia proclame la libertad total de mi persona. No he
podido votar en los dos últimos procesos electorales. Tampoco se me permite renovar
el vencido pasaporte, con el argumento de las oficinas correspondientes, de que
tengo suspendidos mis derechos civiles y políticos y serios problemas
migratorios. A estas alturas no hay explicación jurídica que de soporte a estas aberraciones. El Juez de
Ejecución luce temeroso de su estabilidad si cumple con su deber. Todo lo
solicitado ha sido hecho, pero luego se desdice de sí mismo y no actúa.
Pero cambiemos de tema. Lo hago para sumar mis emocionadas
felicitaciones a ese gran venezolano que es Juan Vicente Torrealba. Cumplió 99
años de edad la semana pasada. Originario de Camaguán, Estado Guárico, donde
también nació mi padre, tiene ya obra cumplida para con Venezuela que lo hace
uno de los héroes civiles de nuestra patria. En nuestra casa de Maracaibo era
una religión escuchar permanentemente a Los Torrealberos en un viejo tocadiscos
colocado bajo una pintura de Camaguán y ribetes de otra correspondiente a San
Fernando, capital del Estado Apure. Allí escuchábamos atentos las anécdotas de
papá y aprendimos a admirar tanto al autor y arpista, como a uno de sus mejores
intérpretes, el maracucho Mario Suárez.
El tiempo pasa y la vida pasa con él, pero hay recuerdos que
lejos de borrarse, se afirman en el alma para siempre.
@osalpaz
Domingo, 21 de febrero de 2016
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