EL VALOR DE LA JUSTICIA
Oswaldo Álvarez Paz
EXPRESO, Lima
El pueblo colombiano continúa dando lecciones al mundo. Aún
estaban frescas las impactantes imágenes de la firma del Acuerdo entre el
presidente Santos y Timochenko, jefe de las FARC, cuando la mayoría se
pronunció a favor de NO en el plebiscito convocado. Me imagino la sorpresa de
la comunidad internacional y las penosas reflexiones que debieron hacerse la
mayoría de sus representantes presentes en Cartagena. El mensaje fue claro y
contundente. Nadie quiere la guerra. Todos apuestan por la paz, pero no por la
impunidad ni por la ausencia de justicia.
La guerra, la paz y la justicia son temas abordados
históricamente desde que la humanidad existe. A estas alturas no pueden
justificarse confusiones con relación a ellos. La ausencia de guerra, formal o
informal, no significa que la paz exista. Mejor dicho, en ninguna parte. Ni
internamente en cualquier nación, ni con relación a las relaciones
internacionales.
Sin justicia, la paz podrá ser decretada mediante
declaraciones oficiales u oficiosas, producto de negociaciones abiertas o
encubiertas que pueden llegar hasta el perdón, pero siempre quedarán dudas e
incertidumbres sobre las consecuencias de este tipo de procesos. Ha sido dicho
que el perdón es elemento importante para alcanzar la paz, pero será incompleto
y perecedero sin justicia. Esto es indispensable para que todas las partes
acepten y contribuyan a estabilizar la convivencia pacífica.
El caso de Colombia ofrece muchas aristas dignas de análisis.
Luego de leer detenidamente las casi 300 páginas del Acuerdo firmado, he
sentido una identificación plena con la posición mantenida por los
expresidentes Álvaro Uribe y Andrés Pastrana. Creo en la sinceridad de ambos.
Cada uno a su manera ha luchado para derrotar la violencia y lograr una
verdadera pacificación. Pienso que el presidente Juan Manuel Santos así lo ha
entendido. Aspiramos que de las conversaciones sostenidas con ambos por
separado y los múltiples contactos que se realizan en consecuencia, contribuyan
eficazmente al objetivo que sin duda los anima a todos, Santos incluido.
Todo lo que sucede en Colombia tiene efectos directos en
Venezuela. He sostenido que somos una misma nación, aunque esté contenida en
dos repúblicas separadas formalmente, pero unidas en lo más profundo del ser
existencial de ambas. Venezuela padece una verdadera guerra no declarada
formalmente, pero está convertida en una de las naciones más violentas y
peligrosas del mundo. Desapareció el “hampa común” y prevalecen las estructuras
del crimen organizado con tentáculos a la vista en ambas realidades. En el caso
venezolano, la situación se agrava por la impunidad con la que actúan,
garantizada por el régimen gobernante. No hay guerra, ni paz, ni justicia.
Viernes, 7 de octubre de 2016
@osalpaz
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